domingo, 6 de octubre de 2019

CARTAS DESDE EL SUR DE INGLATERRA (2)


Querido N,

continúo en Inglaterra disfrazada de algún tipo de alucinación temporal. A veces creo reconocerme al girar alguna esquina y me escondo con el corazón a punto de estallar por si acaso colapsa el mundo en medio de un encuentro imposible conmigo misma. Me persigo en silencio. Todas las cosas que me callo cuando estas cerca, como proyectiles desgastados, inservibles, como la piedra con la que le abrí la cabeza a aquel hombre que me esperaba en la puerta de mi casa cuando era pequeña y me decía que me quedara callada. Hay terrores que nos mantienen alerta siempre, que nos mantienen huyendo siempre. Hay terrores con los que aprendemos a defendernos. No bajar nunca la guardia. No quedarse demasiado tiempo en el mismo sitio para que no me encuentren aunque nadie me esté buscando. Ojalá nunca me recuerdes a nadie que me obligue a guardar silencio.

Tener miedo de pedirte que vengas conmigo, a donde sea, lejos, siempre, por si acaso tú también me dices que no.

Continuo en Inglaterra buscando canciones que no me recuerden a ti. Es inútil. Inútil como pretender no encontrarme conmigo misma en las esquinas húmedas de Hastings. You’re my Waterloo, cantan The Libertines. Somos supervivientes de más de una vida. Time for heroes. El chico más elegante en medio de los disturbios.

Espero a los normandos desde hace vidas, en las costas de Hasting, en medio de castillos en ruinas. Espero la derrota de mil batallas con finales escritos. Escupir a la cara de cualquiera que me obligue a guardar silencio. Dejar de esquivarme a mi misma por las calles de pueblos ingleses. Apretar el botón, saltar por los aires, despertar por fin, caminar hacia el lugar seguro donde decidiremos empezar la aventura más extraordinaria jamás contada. Dime que te vienes. Dime que nos vamos.

Me detuve en una pequeña joyería, sucia y polvorienta. Alexander me invitó a te y galletas mientras me enseñaba collares y piedras preciosas. Yo le sonreí y le expliqué que no tenía dinero para comprar ninguna de aquellas joyas. Hablamos de la reina Victoria, de trenes antiguos, del frío de las playas inglesas. Le dije que me recordaba a otro joyero que conocí en Damasco antes de la guerra y que siempre me decía que la vida nos esquivaba y por eso buscábamos la muerte. Alexander me sonrío y me sirvió más té. El té es el hilo que me muestra la salida de todos los laberintos entre Inglaterra y Damasco. Todos las veces que alguien me sirvió té, en un pueblo inglés o en un pueblo libanés, todas las veces me estaban ayudando a esquivar las balas y yo no lo sabía.

Joyería en Hastings, East Sussex.


Alexander me regaló un colgante antiguo con una piedra pequeña y azul y me metió galletas en el bolso para el viaje de vuelta. Por la noche regresé a Eastbourne y lancé el colgante al mar desde el Pier. Hacía frío. Me comí las galletas camino de mi hotel.

En los miedos más profundos y antiguos siempre hace frío. Sigo dando vueltas por calles inglesas esquivando canciones que me recuerdan a ti.