El
corazón se abre en este silencio de puertas cerradas.
Nunca
te he visto pasar por debajo de mi balcón. Sin embargo salgo a
respirar y me imagino que te veo y que te llamo y que te esperas y
que bajo. Y te digo que nos vamos y me dices que sí. ¿Cuánto
tiempo hace que no me dices que sí?
El
nombre que pronuncio imaginando que eres tú quien pasa, se acaba
enredando entre las hojas de un árbol que acaricia palabras
como quien acuna pájaros pequeños, mensajeros de una primavera
inexistente.
Envidio
los pájaros más que nunca y envidio tu corazón desmemoriado.
Envidio la caricia del tiempo borrando todo lo que ya no necesitas.
Envidio que me hayas olvidado aunque siempre elegiré tu recuerdo por
encima de cualquier paz. Envidio los que éramos, cuando pensábamos
que teníamos todo el tiempo por delante, cuando cada día teníamos
un mañana, cuando todavía me sorprendía al verte y descubrir que
no había silencio capaz de borrar tus huellas de mi camino. Que nunca podré borrarlas aunque no vuelvas a estar. Que no quiero.
Salgo
al balcón buscando pájaros y flores, imaginando que me escapo como
me he escapado siempre, de casa, del país, de las certezas, de las
cadenas, de las jaulas, de la moral recta y obligada, del pasado, del
futuro, de todo lo que no entiendo, imaginando que pasas despistado y
te llamo y me esperas y nos vamos.
Imaginando
todas las cosas que te diría si no tuviera que aceptar el silencio
de tu respuesta.