jueves, 22 de noviembre de 2018

AVISO DE BOMBA


La decisión más insólita la tomamos un día a 346 kilómetros de casa. Fue la primera de muchas decisiones extrañas e irrepetibles que a mí me maravillaban por su evidente sencillez y a ti te dibujaba en los ojos una expresión de susto perpetuo.

A algún adulto le había parecido una buena idea ir a visitar un museo precioso después de tres noches de insomnio adolescente. Recuerdo el cansancio y la sensación de contemplar los cuadros desde alguna nube medio en sueños. Te recuerdo a distancia, con la seriedad del que vigila, el flequillo despeinado, la camiseta un poco arrugada. Mis amigas y yo imitábamos los gestos de las bailarinas de Degas y tomábamos apuntes importantísimos para algún trabajo que tendríamos que hacer más tarde. Calculé el tiempo que tardarías en acercarte y en hacer un comentario sobre el cuadro. Me equivoqué por diez segundos. No tenías ni idea de pintura y te expliqué cosas sobre la importancia del instante captado al vuelo, lo efímero del momento, la niebla que envolvía a la bailarina, la mentira de lo eterno. A veces sonreías distraido y jugabas con un botón de mi bolso.

Cuando dieron el aviso de que debíamos evacuar el edificio por una amenaza de bomba estábamos discutiendo por cualquier cosa sin sentido. Mirarnos a los ojos. Mantener la calma. Buscar la salida de emergencia. Seguir al rebaño. Tardé en darme cuenta de que me apretabas la mano y de que sin querer habías arrancado el botón de mi bolso.

Bajando las escaleras te hice parar para decirte que a lo mejor nos moríamos. Y no entendías nada porque estaba claro que no nos íbamos a morir en un museo a 346 kilómetros de casa, que saldríamos de allí ordenadamente como todas las veces que habíamos practicado en el instituto y que hiciera el favor de no pararme y que querías comer churros. Porque siempre decías alguna cosa parecida a que querías comer churros para que me diera cuenta de que no estabas enfadado de verdad.

Yo parada en una escalera de un museo madrileño pensando en las bailarinas de Degas mientras tú me decías que querías ir a comer churros y la gente evacuaba el edificio por si acaso explotaba una bomba etarra. Así tomábamos las decisiones normalmente, en medio del caos. Y allí tomamos nuestra primera decisión absurda y maravillosa.

Muchos años más tarde busqué el bar donde nos escondimos cuando conseguimos salir del museo pero ya no existe. Tampoco existe la tienda donde entramos a comprar un botón muy feo para substituir al que habías arrancado de mi bolso. A ti te parecía bonito y nunca te dije que era muy feo. Después empecé a viajar sin ti a sitios donde las bombas estallaban de verdad. Y pensaba siempre que a lo mejor nos morimos y que el instante es efímero.

Desde entonces me desoriento en todos los simulacros de evacuación y tomo decisiones absurdas cuando me rodea el caos.

sábado, 17 de noviembre de 2018

QUERIDO M.


Querido M.

Los resortes de la memoria son extraños. Recuerdo tu pelo, tus gafas, tus dedos manchados de tinta, la mirada siempre atenta, casi siempre sorprendido por cualquier cosa que te explicara, tu letra en mis apuntes de clase, el miedo que me daba verte serio cuando te necesitaba, la primera vez que te vi realmente enfadado, injustamente enfadado. Me sigue pareciendo una injusticia mil años después. Era jueves por la tarde y llevabas una bufanda azul. Recuerdo tus macarrones con tomate, el café con leche y galletas para pasarme la noche despierta, estudiando, escuchando tus canciones, imaginando los viajes que nunca haríamos.

Siempre recuerdo tu voz, sobre todo. El eco de las palabras flotando a mi alrededor, formando la red que todavía me salva cada vez que el abismo me reclama. La vida ha sido revolución desde entonces, desde siempre, desde el momento en que entendimos que para siempre era mucho tiempo, que pasara lo que pasara jamás dejaríamos de ser revolución y lucha. Todas nuestras batallas, también las que perdimos, vuelven a veces en formas extrañas como los mecanismos que activan los recuerdos. Tus botas marrones, tu maleta llena de apuntes y de libros, el collar de la suerte para los exámenes que me sigue haciendo falta de vez en cuando. Sigo recordando tu cumpleaños cada vez que llega el invierno.

A veces éramos torpes, un desastre, para qué negarlo. Me desconcertaba como pasabas del entusiasmo a la exigencia, sin darme tiempo a respirar. Como de repente todo era serio y un poco absurdo. Casi nunca entendía el misterio de tus silencios. El vértigo desordenado de tu ausencia incomprensible. Atravesarlo todo, romperlo todo, enloquecerlo todo, gritarlo todo. Lo rompimos todo. Esta historia en prosa estaría llena de borracheras adolescentes, de debates de madrugada, de huidas en dirección a ningún sitio, de canciones con estribillos que me recordaban que había estado pensando en ti sin darme cuenta. Esta historia en prosa no tendría ningún sentido. 

Querido M. Nuestro caos fue un oasis en el centro de una vida extraña donde todo debía tener una explicación. Fue maravilloso que fueras inexplicable, que el objetivo fuera vivir, que el objetivo fuera maldecir el tiempo y su peso inaguantable, que quemáramos todos los puentes en la huida, que no tuvieramos ningún refugio al que regresar.

Fue extraordinario que hicieras nido en todos los árboles de mis sueños. Que fueras mi brújula cuando la única alternativa era perderse. Que fueras el tesoro en el centro de mi mapa. Revolución hasta el final. Siempre lo supimos. Nunca conformarnos. Querido M.