Será
que el tiempo nos vuelve prudentes y temerosos. El tiempo que nunca
pensamos que nos ganaría. El tiempo que nos aplasta y consigue que
traicionemos todas las promesas sobre la valentía que hicimos cuando
pensábamos que lo sabíamos todo.
Será
que a veces me acuerdo de aquella vez que decidí organizar un baile
en el instituto porque me parecía que Regreso al futuro era
la mejor película del universo y desde entonces vivo obsesionada por
los viajes en el tiempo y los bailes en gimnasios de instituto. De
vez en cuando me atravesaba un rayo de inspiración cósmica y se me
ocurría una idea maravillosa que alteraría el orden natural de
nuestros días de instituto. Me dirigía decidida al despacho del
director que cuando me veía entrar con los ojos brillantes
disimulaba media sonrisa, resoplaba y se ponía cómodo en su silla.
“Antonio, tengo una idea genial”.
Además
del director del instituto era mi profesor de geografía. Solía
saltarme sus clases para ir a buscarte. Recuerdo sus mapas y todos
los ríos de África porque soñaba con que algún día tu y yo
esquivaríamos juntos cocodrilos y pirañas mientras remábamos rumbo
a cualquier sitio en una barca destartalada. Soñaba con cualquier
cosa arriesgada que pudiéramos hacer juntos mientras tú me pedías
la vida tranquila que era imposible que tuviéramos.
“Antonio,
tengo una idea genial” le decía al director. Era el mejor director
del mundo. Cuidaba de mí sin que yo lo supiera, me reñía con la
delicadeza de quien era consciente de todos los mundos que colisionaban
dentro de mi mente inquieta. No sé si algún día llegó a sospechar
dónde me escondía y con quién cuando no iba a sus clases pero
cuidaba de todos nosotros y escuchaba mis planes de organizar bailes
en el gimnasio como en Regreso al futuro.
Ponía
cara de director y me explicaba todos los inconvenientes y
dificultades de llevar a cabo mi idea. Pero mi gran especialidad
siempre fue adelantarme a todos los movimientos de mi adversario y
desplegar ante él todas las soluciones a cualquier problema que me
planteara. Antes de aparecer en el despacho ya había organizado los
grupos de alumnos que se encargarían de todo y había convencido a
los profesores que sabía que me dirían que sí. Tenía preparados
los horarios, el grupo de música que tocaría canciones de hoy y de
siempre, el DJ, la decoración, la bebida y la comida y el objetivo oficial del baile: conseguir dinero para
nuestro viaje de final de curso.
El
objetivo extraoficial siempre fue ponerme un vestido azul, que te
pusieras mi camisa favorita y sacarte a bailar lo más agarrado
posible. Ningún foco nos iluminó pero a mí me parecía que sí,
que todo se paró a nuestro alrededor cuando te pedí que bailaras
conmigo Stand by me de Ben E. King y me dijiste que sí aunque
llevabas toda la tarde pidiéndome por favor que no te sacara a
bailar. Bailábamos en casa, bailábamos a todas horas, descalzos,
encima de la cama, subidos a la mesa de la cocina, bailábamos como
pájaros eléctricos, como si huyéramos de las tormentas que nos
perseguían, bailábamos lento aunque la música fuera rápida solo
por llevar la contraria. Pero me pediste que no te sacara a bailar
delante de todo el instituto porque todos tus miedos eran más
fuertes que las ganas que tenías de huir conmigo por la ventana.
Y
no te hice caso. Y me dijiste que sí no sé por qué. Y sonó Stand
by me de Ben E. King porque era lo que quería decirte aquel día.
Que no importaba si de repente todo se volvía oscuro si te quedabas
conmigo. Que no importaban tus preocupaciones si me quedaba contigo.
Ningún
foco nos iluminaba pero de repente todo el mundo dejó de bailar, se
hizo el silencio y nos quedamos allí oh, darling, darling, stand
by me… con mi vestido azul y tu camisa blanca, en medio de
gimnasio, bailando como si lo hubieramos ensayado mil veces, como si
nadie nos estuviera mirando, como si por fin te diera igual todo
aunque solo fuera durante tres minutos de canción. Si la gente no
hubiera estallado en gritos y aplausos cuando acabó quizás
hubiéramos continuado toda la noche stand by me, ajenos a los
cientos de ojos que nos observaban alucinados. Ganamos todos
los premios, te moriste de vergüenza, empecé a obsesionarme con los
viajes en el tiempo.
Con
el dinero que ganamos organizando aquel baile nos fuimos de viaje de
final de curso a París. En aquel viaje intenté colarme en tu
habitación por la ventana de un tercer piso y casi me mato aunque
eso pertenece a otra historia y merece ser explicado en otro momento.
¿Para
qué llamar a la puerta y que me dejaras entrar si al final siempre
eras mi vértigo y mi desafío?