jueves, 31 de enero de 2019

NORMAS


La mayor parte del tiempo no pienso en ti. Apareces disuelto en memoria líquida cuando un gesto, una palabra, un olor, distorsiona mi linea temporal y me parece verte leyendo las notas que te dejaba entre los libros o en el bolsillo del pantalón. Hacía como que no te veía y esperaba que sonrieras, siempre despistado.

¿Te acuerdas de aquellas clases en las que acabábamos hablando de cualquier cosa? A veces casi nadie entendía de qué hablábamos pero eran las mejores clases, las que más recuerdo. Hoy hablaba de poesia simbolista con mis alumnos mayores y uno de ellos ha acabado explicando al resto cosas sobre genética, amor y sexo. Te hubiera parecido tan poético que hubieras estado de acuerdo en que ha sido la mejor parte de la clase. A la mierda los movimientos literarios del siglo XX, hubieras exclamado quitándote la chaqueta y lanzándola a la silla con entusiasmo.

¿Cómo lo hacías para tener siempre la palabra exacta? ¿Cómo conseguías que te hiciera caso si nunca le hacía caso a nadie? ¿Cómo te dejabas convencer de todo si tenías tanto miedo? No sé de dónde sacamos el tiempo para inventarnos nuestras propias normas, las que nunca escribimos en ningún sitio, las que íbamos asumiendo sobre la marcha de nuestras rutinas. 

Descifrar tu seriedad, rozarte la mano, sacarte la lengua, arreglarte el flequillo, quitarte el cinturón. La mejor parte era quitarte el cinturón. El timbre de clase, salir corriendo, vivir siempre despeinada. Nuestras normas, contarte los dedos de la mano para que se te pasara el enfado. Si llegaba hasta cinco es que no era tan grave pero me gustaban los bucles infinitos, descontarme a propósito, quedarme un rato más, estar segura de que al día siguiente volveríamos a jugar con nuestras propias normas.

La mayor parte del tiempo no pienso en ti. Mi norma.
Despeinada y sonriente.


domingo, 27 de enero de 2019

ULTRASÓNICA


Escuchábamos música a todas horas. Tus vinilos, mis cassettes. A veces preparabas sopa mientras sonaba Billie Holiday en el comedor. La primera vez que me hiciste escucharla me quede sentada en tu mecedora fea, debajo de una manta, sintiéndome tan desgraciada que no tuviste más remedio que salir a buscar pizza y galletas. Bailábamos todas las canciones y me apretabas fuerte porque Billie Holiday siempre dolía aunque todavía no entendiera por qué.

Escuchábamos música buscando mensajes secretos que hablaran de nosotros. Cuando ya no hacía falta que nos escondiéramos, todas las canciones de Los Piratas eran nuestras. Fueron profecías de un final que nunca pensamos que llegaría. Si bebíamos demasiado escuchábamos “M” y “Promesas que no valen nada” y salíamos a la terraza a cantar a gritos, a bailar como indios, a hacer equilibrios en alambres imaginarios, sin red. Porque sabíamos que, si algún día nos soltábamos de la mano y caíamos, sería sin red. Todo era vértigo. Nos quedábamos callados, quietos, como sombras huídas del cuerpo de algun ser extraño, buscando una paz difícil que encontrábamos entre canciones y besos. No recuerdo si cuando cantábamos “M” yo ya había decidido romperte el corazón pero sí sé que cuando se publicó el disco Ultrasónica tres años después estuve a punto de llamarte. Porque El equilibrio es imposible era la canción que lo resumía todo, era la señal que me envíabas desde el pasado para que volviera. Confía en mí… Cuántas veces te pedí que confiaras en mí.

Aquella fue la canción que nunca compartimos porque ya no estábamos juntos. La cantaba a gritos en mi casa del Cairo, si cada vez que vienes me convences, me abrazas y me hablas de los dospensando que de alguna manera me escucharías, que alguna magia egipcia conseguiría que te llegaran mis pensamientos, yo te sigo porque creo que en el fondo hay algo…

Imaginaba que mi yo de quince años volvía a convencerte de todo. Volvíamos a ver Casablanca, La Princesa Prometida y Eduardo Manostijeras en el comedor de tu casa, a escuchar a The Smiths, The Cure y Depeche Mode. Never let me down again. Volvía a cumplir los 18 y te llevaba a un concierto de Heroes del Silencio para celebrar que había sobrevivido al instituto, a la selectividad y a no poder verte entre clase y clase que era mucho peor que todos los exámenes de física juntos. Volver a convencerte de todo. Como cuando rendirse no era una opción. Nunca fue una opción.

Cantaba no te echaré de menos en septiembre como la sigo cantando hoy. Con rabia prehistórica. Y yo no quiero volver, no me repitas jamás que no sabes qué hora es…

Ultrasónica fue el disco con el que decidí no volver atrás. Quiero besarte sin explicarte que no entiendo el mundo sin estar aquí contigo, caótico cerrado, caótico neutral.

Soñaba con cocodrilos que me devoraban y me despertaba sin saber por qué no estabas allí para cuidarme. Hasta que me acordaba de que era yo quien se había ido y me odiaba un poco a mí misma

En todos nuestros futuros posibles seguíamos buscando mensajes ocultos en las canciones que ya no compartiríamos. No hagas que me arrepienta, renunciaría ahora sin pensarlo. Quiero que te des cuenta, es imposible parar algo inevitable.

jueves, 24 de enero de 2019

EL DÍA QUE ME ESCAPÉ


Hoy que de nuevo tengo tantas ganas de irme, me acuerdo de todas las veces que me mirabas y me decías “no serás capaz”. No porque me retaras sino porque te morías de miedo cada vez que yo llegaba a ti con un plan infalible para cualquier cosa que se me ocurriera. He tardado media vida en entender todos tus miedos, en aceptar que tenías razón.

El primer verano pudo haber sido el final de todo. Cinco meses de escondites, secretos, planes absurdos, besos extraños en sitios inesperados, taquicardias, peleas y perdones. Noches sin dormir. Nunca he pasado tantas noches sin dormir como cuando se acercaba aquel mes de junio. Los exámenes, la perfección académica que me exigías y a la que nunca conseguí llegar, tu despedida. Durante mucho tiempo quise creer que no era verdad que te habías ido sin despedirte, que era imposible y que volverías como hacías siempre, con los dedos manchados de tinta y la bolsa marrón llena de papeles desordenados, que me dirías algo bonito. Creo que nadie nunca me ha vuelto a decir las cosas bonitas como las decías tú. Me han querido mucho pero me han sorprendido poco.

Y no volviste. Y odié aquel mes de junio y el verano que amenazaba con convertirse en el precipio que acabaría conmigo. El abismo de un septiembre sin ti. Lo fácil hubiera sido recordar con cariño aquellos cinco meses clandestinos, aceptar con la madurez que todo el mundo me atribuía que no hacía falta continuar. Pero lo fácil nunca fue una opción para mí y así fue como organicé mi primera huida. Quizás en otro momento pueda explicar los detalles increibles de un plan enloquecido que debía acabar conmigo en el sur de Francia sin que mi familia lo supiera. Controlar los tiempos, los cómplices, las coartadas.

¿Cuando dejé de ser tan valiente?

Te escribí una carta para explicarte mi plan. Mientras la escribía, mientras cerraba el sobre, mientras pegaba el sello y esperaba impaciente el tiempo aproximado en que debías recibirla, tenía presente tu cara de susto. Te proponía que nos encontraramos en la Place de la Comédie, en Montpellier, tal día y a tal hora, para que me invitaras a merendar crepes con chocolate. En realidad yo acababa de leer Rayuela y como todas las adolescentes que leen Rayuela, quería ser la Maga jugando a desencontrarse con Horacio por las calles de París, no planear nada y que el destino nos reuniera caminando a ciegas por las calles de Montpellier que me parecía más asequible que París. Pero te dije día y hora. Tenía que recorrer 683 kilómetros para saber si eras capaz de encontrarte conmigo en cualquier sitio que te propusiera, para que llegara septiembre y no te odiara.

Fue un viaje extraño y peligroso que algún día deberá ser explicado. Quizás.

Nunca he confiado tanto en nadie como cuando llegué por fin a la plaza de nuestra cita y estabas allí hecho una furia, muerto de miedo y de preocupación. Y también feliz. Éramos tan felices y la ciudad tan bonita... Nos explotaba el corazón en cada esquina.

Años más tarde, ya adulta, cuando ya hacía tiempo que había decidido dejarte, mi habitación con vistas al Nilo empezó a asfixiarme y pensé que Montpellier sería un buen lugar para vivir. No aguanté mucho. Me di cuenta de que siempre esperaba verte caminando como si fueras el Horacio de Rayuela, haciendo como que me encontrabas por casualidad con la cara manchada de crepe de chocolate. No he vuelto a visitar aquella ciudad y además no me gusta París.

¿Cómo conseguimos regresar a casa y hacer que septiembre no se convirtiera en un agujero negro de tristezas y adioses? ¿Cómo conseguimos sobrevivir a todo?


viernes, 18 de enero de 2019

PERDERSE Y ENCONTRARSE


Querido M…

Pasé muchas semanas planeando cómo celebrar contigo aquel primer cumpleños en el que ya estabas en otro instituto, ya te habías despedido de mí, ya habías huido como el tipo sensato que intentabas ser. La sensatez te duró mucho menos que lo que me costó a mí averiguar cómo llegar a tu nuevo instituto. 26 kilómetros de distancia con 16 años pretecnológicos era casi como atravesar el desierto a ciegas. Era viernes y no fui al instituto. Le pedí a mi mejor amiga que me cubriera las espaldas y se puso a llorar como hacía siempre que se enteraba de cualquier cosa que tuviera que ver con nosotros. Me pidió que te felicitara también de su parte, que te dijera que todo el mundo te echaba mucho de menos., que vinieras algún día a vernos. La dejé llorando camino de clase de matemáticas. Era viernes y me perdí tantas veces antes de llegar a tu nuevo instituto que a partir de aquel momento dejé de tener miedo a dar vueltas sin rumbo, a cruzar fronteras y subir a trenes cuyo destino no siempre tenía claro.

Volví a recorrer ese mismo camino muchos años después, desbordante de nostalgia, tren directo, menos de media hora, google maps, horarios en la web. Pero en aquel momento llegar hasta donde estabas significaba perderme y encontrarme. Siempre fue así. Perdernos y encontrarnos. Jugar a desaparecer y estar siempre cerca, desorientados, medio atontados, probando todas las rutas posibles para llegar siempre a la misma conclusión.

Cuando por fin llegué, pregunté por ti en conserjería y todavía no me explico cómo convencí a aquella señora para que fuera a buscarte a clase. Más tarde me explicaste que, cuando me viste esperándote en la puerta, tenía un aspecto entre angustiada y desorientada. Como si una parte de mí todavía estuviera preguntándose qué demonios hacía yo allí, que a lo mejor te enfadabas, que a lo mejor no querías verme, que a lo mejor no sabía volver a casa. Que si no querías verme me iba a dar igual no saber cómo volver a casa. Te lo expliqué muy rápido para que no me interrumpieras porque quería decírtelo todo antes de darte la posibilidad de sermonearme. Cómo la primera vez que decidimos que nos queríamos, cuando todavía los miércoles tenían sentido porque compartiamos el almuerzo. La cuestión siempre fue no dejarte hablar hasta que yo hubiera dicho tantas cosas absurdas que estuvieras totalmente desorientado y no pudieras decirme que me fuera.

Así que te felicité, te di recuerdos de todo el mundo, te dije todo lo que había pensado decirte mientras me equivocaba de tren para llegar a tu nuevo instituto. Y cuanto más hablaba más evidente me parecía que todo aquello no tenía sentido.

Pero me abrazaste, fuiste a buscar tu chaqueta y tu bolsa marrón y no volviste a clase. Nos fuimos a celebrar tu cumpleaños. Era un viernes de la era pretecnológica. Llamé desde una cabina a casa, expliqué dónde estaba, mentí sobre con quién estaba y avisé que no iría a comer, ni a cenar y seguramente tampoco a dormir. La llamada me costó veinticinco pesetas. El lunes tenía un examen de física. Fue mi primer y último suspenso.

A lo largo de los años, hasta que llegó el momento en el que decidí abandonarte, solo me pediste que te quisiera siempre aunque algún día dejáramos de vernos. Que te quisiera siempre y que siempre revolución. Así es que aquí estoy, 27 años después de tantas primeras veces. Odiando los adverbios y cumpliendo mis promesas.


viernes, 4 de enero de 2019

ENERO, TIEMPO Y ESPACIO

Reencontrarte en nuestros primeros eneros era, a veces, asumir la crueldad incomprensible con la que me esquivabas. Yo llegaba siempre cargada de propuestas insensatas que escuchabas con media sonrisa prudente. Lo imposible no tenía lugar en mi cabeza, en mis planes y deseos. Tardé bastante en entender las batallas que perdías mientras me escuchabas. 

Enero siempre fue tuyo. Tu cumpleaños, mi primer gintonic (y el segundo y el tercero...) y la brújula que te regalé porque sabía que algún día te perderías. O me perdería yo. 

Te gustaba contarme historias y pronto me di cuenta de que era la manera en que intentabas explicarme cómo te sentías. Siempre fuiste una espiral. Girando alrededor de un centro del que te ibas alejando. No importaba las veces que te pidiera que fueras en linea recta, que no entendía nada de lo que me querías decir. Tus discursos eran peonzas enloquecidas que me obligaban a interpretar tus temores y prudencias. 

Mi misión era esquivar enero y recuperar la sencillez de encontrarnos sin planes, sin propósitos, sin saber qué pasaría. Siempre se me dio bien improvisar, siempre odié el drama y las palabras a medio decir. Enero era tuyo y yo siempre tenía frío y tenía que trabajar el doble para sentir que estaba a la altura de todos tus inviernos, para que dejaras de exigirme el doble que a todos los demás, para dejar de sentir que nunca lo conseguiría. Tardamos tanto en explicarnos todo...

Te insistía en no dejar las palabras a medias, deshilachadas en su dolor de palabras inútiles. Sujeto y predicado. Si conseguía desconcertarte, si conseguía tus carcajadas, sabía que volverías a sentarte a mi lado.

Recuerdo que me explicaste la historia del dios Jano el día que te regalé tu brújula de cumpleaños y me bebí mi primer gintonic (y el segundo y el tercero...) Me decías que era el guardian de las puertas, el dios del enero, capaz de ver el pasado y el futuro y por lo tanto de tomar las mejores decisiones, que había nacido del caos y que tenía dos caras como resto de lo que había sido el desorden primitivo. Pasaste mucho rato hablando sobre dioses latinos y yo solo quería besarte y enviar a la mierda los sujetos, los predicados, los verbos irregulares, las caras de Jano y los polinomios.

Quizás yo había bebido demasiado para entender lo que me querías decir. Mi brújula era el espacio, la distancia, el norte. Y tú me hablabas de tiempo. Siempre hablabas demasiado, en realidad.

Y al final siempre ha sido así, tiempo y espacio.