jueves, 9 de junio de 2022

VUELVE A SORRENTO

 

Decía Lawrence Durrell en La celda de Próspero que en algún lugar entre Calabria y

Grecia comienza el azul.


Mi azul, sin embargo, es un refugio de sirenas en el sur de Nápoles. Aquí, en Sorrento, comienza siempre el viaje, la perpetua adoración del azul y todos los motivos que tengo para volver: la memoria, la ruina, el éxtasis del horizonte dibujado, la profecía de un oráculo, la sibila borracha escondida en su cueva, el sol o la divinidad de Turner, los amores imposibles de todos los que alguna vez se han sentido maldecidos por el orden, los fugitivos del caos, la mirada mística de quien recuerda batallas contra divinidades olímpicas , el tiempo perdido entre limoneros y buganvilias, todo lo que no podremos reencontrar nunca más, la belleza conmovida y la brisa que da forma al silencio.



Sorrento. Verano, 2021

Me gusta moverme en la frontera que separa el mito de la realidad. Busco, entonces, algo que me mantenga ligada a la tierra de los vivos, que me permita atravesar con éxito la liquidez del paisaje mientras me desdibujo en el azul de Sorrento. Busco, sigo buscando, algo que me funcione como la rama dorada que Eneas llevaba para bajar al inframundo a hablar con su padre siguiendo las instrucciones de la Sibila de Cumas.


¿Cuántas personas antes que nosotros han añorado este paisaje?


Liparos era el hijo de Auson, que era hijo de Ulises y Calipso y fundador de la tribu de los ausones, los primitivos habitantes de Italia. Si algo nos enseña la mitología griega es que las relaciones familiares pueden ser complicadas así que Liparos vivía exiliado en las islas volcánicas de Eolo, en el norte de Sicilia.


Las islas pertenecían a dioses y volcanes. Eolo domaba a los vientos y Hefesto, el hijo rechazado de Hera y triste marido de Afrodita, trabajaba su fragua en el interior del volcán. Liparos añoraba Italia y eligió Sorrento para instalarse.



Sorrento. Verano, 2021


Llegar a Sorrento desde Nápoles siempre es como una alucinación. Normalmente llego en tren y paseo hasta el mirador de la Piazza della Vittoria para asegurarme de que la visión del Vesubio me persigue, como una profecía de ceniza y poemas. Subo por las calles empinadas parándome a cada poco para contemplar el mar. Hemos venido aquí a adorar al azul, ¿no? Sorrento era el refugio odiseico de las sirenas que ya no pueden hipnotizarnos, sólo observar curiosas como nos ahogamos en medio de la nada sin saber si debemos culpar a la belleza o al dolor.


Cuántas veces alguien habrá llegado sin aliento a ese punto desde donde contemplamos el Vesubio, la única divinidad que aceptamos, cuántas veces alguien habrá buscado las palabras para describir este horizonte magnífico que nos persigue como una obsesión mítica. Cuántas veces habré resbalado por las escaleras que llevan a la Via Luigi di Maio mientras bajaba al puerto, la playa, las barcas, el Aperol en el bar Nonna Emilia, las horas alargadas, el tiempo que no existe. Por fin ganadores de la inmortalidad y la exageración.



Bar Nonna Emilia. Sorrento. Verano, 2021

Sorrento es el misterio que elegimos cada vez que la calma desaparece y necesitamos respuestas a una pregunta que nadie ha hecho. El milagro que nos resucita como si fuéramos las divinidades del sol que dan nombre a la tribu del reino que nos inventamos en cada trago de granita al limone.


Liparos, hijo de Auson, hijo de Ulises y Calipso, añoraba Italia y quiso reinar en Sorrento, el refugio de las sirenas, el destino de los adoradores del azul.


Ma nun me lass,

Nun darme stu turmiento!

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