lunes, 21 de septiembre de 2020

DEBERÍAMOS VOLVER A LONDRES

 Deberíamos volver a Londres. Un día, cualquier día. El tiempo necesario para olvidar los naufragios y recordar el nombre que nos dimos cuando todavía tenía sentido nombrarnos. 

Hay monstruos bellos que quiero enseñarte. El craneo de un lobo en Cheapside y los restos de cocodrilos en la arcilla de Islington, el barrio donde un ángel da nombre a la estación de metro. Londres está lleno de ángeles, de animales salvajes y de fantasmas. Huellas de búfalos en Sant Martin in the Fields, en la esquina noreste de Trafalgar Square. Cuando llueve me refugio en su cripta, bebo te caliente y pienso en los cuadros de Turner en la sala 36 de la National Gallery. Cuando llueve pienso en que me acompañes a Trafalgar Square para poder explicarte cómo encontraron restos de hipopótamos debajo de la fuente, dientes de leones viejos en  Charing Cross, los rinocerontes en las ciénagas del Tamesis cuando todavía éramos prehistoria y no teníamos nombre.

Deberíamos volver a Londres para que podamos andar hasta Saint Paul que antes de ser catedral fue un templo a Diana, la diosa cazadora. El recuerdo pagano se disfraza de ritual, lucha contra el olvido sin saber que el olvido siempre gana. Hasta el siglo XVI todavía se recordaba a Diana sin saberlo cuando se paseaba una cabeza de ciervo en una lanza alrededor del templo cristiano y sacerdotes adornados con guirnaldas de flores la recibían en las escaleras de la catedral. Pero el olvido siempre gana. ¿O recuerdas acaso mi nombre?

Londres está llena de ángeles y fantasmas. Espíritus que protegen nuestros pasos cuando nos perdemos. Me sigo perdiendo cada vez que intento recordar el camino de las fuentes, los callejones, los rascacielos monstruosos devorando el tiempo. Me sigo perdiendo. Sigo sin encontrarte. El Guildhall tiene la cripta medieval más grande de Londres y los espíritus Gog y Magog, protectores de la ciudad, descendientes de gigantes paganos y míticos. Su historia es bella y extraña. Volvamos a Londres para que pueda explicártela, para que siempre te protejan, para que el olvido no gane. 

Para que me acompañes a buscar libros viejos con olor a recuerdo. Vuelve conmigo a Londres para que te explique la historia de Miss Banks que hace siglos recorría las calles londinenses con un vestido de bolsillos enormes donde guardaba libros. La acompañaba un criado de casi dos metros de alto que la protegía en silencio y apaleaba con su bastón a quien se atreviera a molestarla mientras se perdía soñadora en las páginas de los libros que encontraba en sus excursiones por la ciudad. 

Pero sobre todo quiero que vuelvas conmigo a Londres para poder explicarte historias de llaves que en esta ciudad representan a la magia y los demonios. ¿Quieres que te explique historias de llaves mientras intento no perderme camino de Islington? La estación de metro de Islington tiene nombre de ángel y hay un fantasma en la plaza de Cloudesley, cerca de Trinity Church. ¿Quieres que te explique la historia del fantasma que recorre las salas del Museo Británico? O aquella vez que la hija del conde Holland se encontró con su propio fantasma paseando por los jardines de Kensington y luego murió. O el fantasma del oso salvaje que se esconde en la Casa de las Joyas de la Torre de Londres.

Vuelve conmigo a Londres y explícame todas las historias que yo no recuerdo mientras me sorprenden de nuevo tus gestos, tu manera de hacerme encontrar el camino cada vez que me pierdo, lo inesperado de existir todavía a pesar de los incendios, los restos de un naufragio sin sentido, este querer regresar. Este deseo de explicarte historias, de que me las cuentes. Este viaje improbable.




domingo, 16 de agosto de 2020

AZUL SORRENTO

Todavía pienso en ti, entre limoneros y buganvilias, el mar azul de Sorrento, las gaviotas como la amenaza sutil del olvido, la brisa que le da forma al silencio. Quisiera que rompieras el silencio, justo aquí, justo ahora, tiempo y espacio acariciándose las puntas de los dedos mientras los planetas bailan y se burlan de nosotros en el cielo de este horizonte de Sorrento, azul para siempre, el misterio de tu adiós, de tu silencio.

Una barca mece dolores de una belleza extraña. Todo continua sin tener sentido. Como esperar que aparezcas entre limoneros y buganvilias, como un Vesubio despierto, como una leyenda antigua en una playa de Sorrento. Las ventanas abiertas, tu corazón cerrado. Rozar las flores blancas del claustro del convento de San Francisco y romperme en tu recuerdo, como si pudiera volver a rozar tu mano alguna vez y hablarte de poetas locos o fugitivos. Lord Byron borracho, Goethe atormentado. La absurda melancolía de Torquato Tasso soñando Jerusalen ensangrentada, medio loco, frente al mar de Sorrento,  mientras escribía la historia de la maga Armida que protegió a Rinaldo, el guerrero, escondiéndolo en su jardín secreto. Todos buscan sirenas y musas en las playas de Sorrento.

Sorrento será el sitio infinito de tu silencio, las flores blancas, el azul imposible, la tormenta que yo misma he creado donde siempre espero verte aparecer. Pensaba que podrías disolverte en el agua como la sal en la herida pero sigues aquí, rompiéndome el corazón en el azul de todos los mares donde intengo ahogarme.

Alguna vez creí ver el reflejo de un Ulises egoista en tus ojos. Dejaste morir a la sirena en todas las playas donde quiso refugiarse. Te alejaste sin mirar atrás cuando los demonios le cortaron la lengua para que no volviera a decir tu nombre. Llenó tus bolsillos de amuletos marineros, de pechinas blancas, de restos de naufragios y aventuras, para protegerte siempre, más allá de todos los olvidos. Siempre.


Sorrento Verano 2020.

domingo, 12 de abril de 2020

LA LIBERTAD DE LOS CORAZONES ROTOS


Decía el poeta inglés John Donne que todos los corazones son corazones rotos. Porque el amor no cabe en ningún sitio, desborda incontenible cualquier posibilidad de ser encerrado. Decía también que los corazones no se rompen en el desengaño o el adiós sino mucho antes, en lo más alto y perfecto de la emoción. Cuando todo desborda y todo se rompe. 

Quizás sea por ello que no hay nada que arreglar y solo nos quede aprender a convivir con las grietas, convertirlas en ventanas, en puertas abiertas, en espacios aéreos donde salir a respirar. Bosques, selvas, amazónicos corazones agrietados reclamando su propia leyenda, playas heladas abriéndose camino más allá de toda lógica. Y recordar entonces que si no somos libres no somos. 

Que solo la libertad nos conduce al centro mismo de la emoción que nos desborda y nos rompe. Que rotos así, por fin, nos convertimos en polvo de estrellas y sangre, en partículas perfectas unidas siempre por los lazos de la libertad. La única frontera que acepto. Mi único regalo para ti ahora que te echo tanto de menos. Solo que volvieras a explicarme tus historias insensatas justificaría las grietas de esta cárcel.

Es conveniente entonces elaborar la lista de los momentos felices, los momentos cortina que disimulan una grieta, los momentos manta que nos cobijan cuando el frío se cuela y parece ganar la desilusión o la tristeza. No parece que haya nada en la lista de los momentos felices capaz de esquivar la nostalgia, la añoranza. Esa manera evidente e inevitable de echar de menos en medio de la nada.

A veces un corazón en pleno ataque de nostalgia, que repasa los momentos felices que lo desbordaron, que te recuerda impaciente siempre a mi lado, siempre conmigo, se parece a un espejo roto que refleja el mundo inverso donde seguimos juntos, ajenos a cualquier intento de separarnos o de hacernos prisioneros.

Y sin embargo aquí están, los repaso, los recuerdo, los momentos felices que fuimos antes de rompernos. La historia inacabada de una grieta en el tiempo. Unir los puntos que forman todos nuestros momentos felices para ver si el dibujo tiene sentido. Si algo tiene sentido. Si el alma inquieta descubre cómo escapar de todos los sinsentidos. 

La certeza insomne de que todo fue real, de que exististe. Que existimos, un día. Que todo lo rompí.

A pesar de todos los poetas ingleses, a pesar de todo, solo tú sigues teniendo sentido.

miércoles, 1 de abril de 2020

IKTSUARPOK


Iktsuarpok, algún lugar entre la impaciencia y la anticipación, según los inuit, el sentimiento que te hace esperar que alguien vuelva a aparecer cruzando una colina o una esquina inesperada.

Intento poner un poco de orden en cada habitación como si así se pudieran enderezar de alguna manera mis laberintos interiores. La mente, el corazón, las líneas de un destino nunca escrito recortadas en las palmas de mis manos, los rincones de las vísceras donde intenté esconderte sin éxito, la punta de los dedos queriendo dibujarte por si acaso un día se me olvida quién fuiste. Quién sabe qué forma tomará la memoria cuando todo esté ordenado. Quién serás entonces...

Encuentro papeles escritos, tu letra, tus palabras, el laberinto de nuevo desordenado. Cada palabra un espejo y el reflejo inverso de una primavera que no nos merecemos. Jamás hubiera imaginado una primavera en la que no estuvieras, sin que me llenaras el corazón de extrañas alegrías incomprensibles. A veces me gustaría volver a ser incomprensibles, a cuando el hoy era un no-sitio, no-tiempo, una eternidad pequeña sin más sentido que existir para siempre en una primavera que dejamos de merecer cuando nos rendimos.

Ordeno habitaciones y al mismo tiempo se desordenan tus recuerdos. Todos nuestros posibles finales golpean las ventanas de mi casa como moscas sucias rebuscando en los restos de una tristeza confinada. Todo está sucio y roto, en cualquier final que elijas. 

No quiero ordenarte. Prefiero tropezar con los restos de tu naufragio cada vez que me pierda en la oscuridad.

Salir a encontrarte, atravesar el fuego como siempre lo hice. Como siempre lo haría.

Que suenen las canciones de todos los bailes que nunca me concediste, que pueda recordarte siempre en todos los idiomas, en todas las palabras de nieves, de mar, de aurora, de selva, de templo antiguo. 

Que todas las palabras extrañas formen un sortilegio imposible, el caos perfecto de constelaciones inventadas enseñándote a volver de donde estés.

Y ojalá estuvieras para salvarme de todos los miedos.

Y ojalá estés a salvo dentro de tu olvido. 
Y ojalá nada te duela.
Y ojalá nada te rompa.
Y ojalá siempre.
Y ojalá todavía.






domingo, 22 de marzo de 2020

EL SILENCIO EN TU RESPUESTA


El corazón se abre en este silencio de puertas cerradas.

Nunca te he visto pasar por debajo de mi balcón. Sin embargo salgo a respirar y me imagino que te veo y que te llamo y que te esperas y que bajo. Y te digo que nos vamos y me dices que sí. ¿Cuánto tiempo hace que no me dices que sí?

El nombre que pronuncio imaginando que eres tú quien pasa, se acaba enredando entre las hojas de un árbol que acaricia palabras como quien acuna pájaros pequeños, mensajeros de una primavera inexistente.

Envidio los pájaros más que nunca y envidio tu corazón desmemoriado. Envidio la caricia del tiempo borrando todo lo que ya no necesitas. Envidio que me hayas olvidado aunque siempre elegiré tu recuerdo por encima de cualquier paz. Envidio los que éramos, cuando pensábamos que teníamos todo el tiempo por delante, cuando cada día teníamos un mañana, cuando todavía me sorprendía al verte y descubrir que no había silencio capaz de borrar tus huellas de mi camino. Que nunca podré borrarlas aunque no vuelvas a estar. Que no quiero.

Salgo al balcón buscando pájaros y flores, imaginando que me escapo como me he escapado siempre, de casa, del país, de las certezas, de las cadenas, de las jaulas, de la moral recta y obligada, del pasado, del futuro, de todo lo que no entiendo, imaginando que pasas despistado y te llamo y me esperas y nos vamos.

Imaginando todas las cosas que te diría si no tuviera que aceptar el silencio de tu respuesta.


domingo, 8 de marzo de 2020

TE EXPLICARÉ LA VERDAD DE TODAS MIS HUÍDAS


Todos los viajes los hago contigo incluso si no vienes conmigo. Escucho tus mensajes de voz más antiguos siempre que el avión despega o aterriza como si solo tu voz pudiera guiarme a través de las nubes y los miedos. Me duermo en un recuerdo feliz, lejano.

Juego a perderme en las calles de todas las ciudades que me hubiera gustado enseñarte antes de que empezaras a odiarme. Todo fue siempre cuestión de tiempo, cuestión de espacio, cuestión de caos, de lazos rotos, de estrellas lejanas, de no explicarte toda la verdad y seguir jugando a perderme en las calles de las ciudades donde me escapo.

Imagino que te cuento historias aunque no vengas conmigo. El sol de Dublin, tímido, no llega a consolarme. Me siento ante la estatua de Oscar Wilde, provocador y rebelde, te explico un par de cosas de su vida, que las flores amarillas del jardín son narcisos que anuncian una falsa primavera. Te llevaría a Beirut porque hay un atardecer que llevaba tu nombre desde antes de conocerte. Te llevaría a Essaouira para que lucharas contra el viento y ganaras. Siempre ganas. París desafinado. Londres siempre y todavía. El templo de Dendera, Hathor tatuada en mi pierna y en mi alma. Acantilados escoceses. Selvas. Desiertos. Auroras boreales. ¿Dónde querías que fuéramos? Sigo imaginando que nos vamos.

Tengo frío. Sigue sin importarte que tenga frío. No estás. No sé si alguna vez has estado. Me gustaría que me explicaras historias de ciudades inventadas, que imaginaras leyendas de piedras y castillos, de vidas antiguas, que yo me las creyera porque me las cuentas tú.

Invéntate un cuento que explique todo lo que no tiene respuesta.
Explícame una historia con la que pueda dormirme y no tener pesadillas. Un final en el que siempre ganemos.

A cambio, te explicaré la verdad de todas mis huidas.

Todos los viajes los hago contigo porque fuiste mi brújula antes de quemar las naves. 

La canción miente porque sí, porque te echaré de menos en septiembre, cuando el verano muera y ya no te importen las historias que te explico. Seguiré marcando ciudades en mi mapa, caminos de baldosas amarillas, playas malditas, mi tesoro escondido al final de todos los finales

Cuéntame un cuento en el que me enseñes a trepar a los árboles, en el que todo arda y se vean a lo lejos nuevos horizontes.

Y yo te explicaré la verdad de todas mis huidas sin ti.


jueves, 13 de febrero de 2020

EL DÍA QUE TE DIJE ADIÓS



Jamás pensé que tendría que dejarme ganar para salvarte. Pactar con el enemigo y mentirte.

No recuerdo cómo iba vestida el día que te dije adiós. Es extraño porque siempre lo recuerdo todo. El desván de mi memoria es un temblor de recuerdos desordenados. Me asaltan en las esquinas imprudentes donde te espero, me sacuden, me golpean.

Sin embargo, no recuerdo cómo iba vestida el día que te dije adiós. Recuerdo otros vestidos que guardo en un cajón con bolsitas de lavanda. El vestido de algún día feliz que quizás no vuelva a ponerme para que no se mezclen los recuerdos. Quizás solo recuerde cómo iba vestida los días en que fuimos felices y por eso he olvidado qué ropa llevaba el día que te dije adiós. Como si así se pudiera borrar, volver al momento exacto en que me desperté y me vestí y elegí ropa de día triste de la que no se recuerda si no es que estás al otro lado del espejo.

¿Podemos volver al otro lado del espejo? Vestirnos de fiesta, salir corriendo, reírnos de todo. ¿Podemos dejar de romper espejos?

Recuerdo tus ojos, tus manos frías. Siempre. Cada día. Recuerdo completar mi sacrificio a los dioses en medio de la tormenta. 

Recuerdo jurar que acabaría con ellos si no cumplían su parte del pacto y te mantenían a salvo. Que acabaría con todos ellos, que les arrancaría la piel, que su sangre llenaría todos los mares y todos los ríos.

Que no habría paz para aquellos que me obligaban a decirte adiós. 

Que me obligaban a mentirte.

Jamás pensé que olvidaría la ropa que llevaba puesta aquel día.

Jamás pensé que tendría que dejarme ganar para salvarte.


domingo, 9 de febrero de 2020

LA SEÑORA SILVIA, EASTBOURNE Y LEWIS CARROLL


Entré a la librería de Camilla buscando una edición bonita y antigua de Alicia en el País de las Maravillas para mi colección. El verano inglés en Eastbourne era frío, los amaneceres rojos. Quizás sea la librería más caótica donde he entrado nunca. Tienen un loro, Archie, que recibe visitas los martes y los viernes y canta canciones a la clientela. En el fondo sabía que no compraría ningún libro porque nunca compro nada en las ciudades donde me he sentido triste. Pero una librería siempre es un refugio. Y yo necesitaba un refugio.


Eastbourne. East Sussex. England.


Lewis Carroll pasó sus vacaciones de verano en Eastbourne durante 19 años, entre 1877 y 1896. Se alojaba en el número 7 de Lushigton Road que actualmente es una clínica dental cerca de la estación del tren y de la librería de Camilla donde buscaba el libro que sabía que nunca me compraría. Una tarde me senté en las escaleras de la casa de Carroll intentando deshacer los nudos de mi garganta antes de bajar a la playa. Volvía de visitar Rye, el pueblo de las sirenas y los gigantes. Seguramente tenía ganas de irme a cualquier otro sitio donde las casas de mis escritores favoritos no se hubieran convertido en clínicas dentales, donde la playa fuera un lugar bonito y los atardeceres tuvieran sentido. 

Se me acercó una señora mayor. Me dijo que se llamaba Silvia, que vivía en el número 13 desde 1947 y que me recordaba de otros veranos. Quise explicarle que era la primera vez que visitaba Eastbourne pero solo sonreí recordando otro libro de Lewis Carroll, Silvia y Bruno. Cerré los ojos deseando que aquella fuera la Silvia del cuento, que fuera la niña-hada que conseguía que lo absurdo tuviera un sentido.


Compartí recuerdos inventados con la señora Silvia, me preguntó por la vida en Londres y le hablé de ti hasta que se me acabaron los recuerdos inventados, como que éramos felices y que planeábamos volver pronto. Cosas así. Me escuchaba hablar de ti con los ojos llenos de luz, como si fuera un ángel anciano y extraño que necesitara conocer tu historia para cambiar el final. Me explicó que habían cerrado la heladería favorita de su marido y le dije que la recordaba y que mi sabor favorito siempre fue el de vainilla. Los recuerdos inventados siempre tienen gusto de helado de vainilla.

Eastbourne. East Sussex. England.



El sabor de la vainilla llevó a la señora Silvia a una tarde de agosto. Ninguno de los dos habíamos nacido todavía pero ella recordaba en su laberinto de ensoñaciones que nos había preparado una cesta con sandwiches de queso y mermelada de arándanos porque sabía que eran mis favoritos y tú te habías quedado con hambre porque siempre te quedabas con hambre y yo siempre llevaba galletas en el bolso para darte por si acaso. 

Me preguntó si todavía guardaba la cesta y le dije que sí, que por supuesto, que volveríamos los dos, otro día, y la invitaríamos a helado de vainilla y que le devolvería la cesta y le explicaríamos historias de Londres.

Que volveríamos otro día y todavía sería verano y que a lo mejor entonces yo era feliz porque me acompañabas y compraba un libro de Alicia en el País de las Maravillas para que no se me olvidara nunca.

domingo, 26 de enero de 2020

ESCAPAR DEL FRÍO


Muy pronto la vida se convirtió en escapar del frío. El frío eran los silencios en el comedor de casa, los secretos, el deseo permanente de escapar, esconderse en el armario para sobrevivir al miedo. La vida siempre fue escapar incluso cuando ya no recordaba quién me perseguía. Permanecer siempre alerta, no quedarse demasiado tiempo en ningún sitio, en ninguna persona, en ningún corazón. No querer demasiado a nadie para evitar ser abandonada. Huir antes de que huyan los demás.

Eso lo aprendí muy pronto cuando los recuerdos infantiles todavía se mezclan con sueños de ángeles y demonios, cuando todavía no se separan las pesadillas de la realidad. Aprendí lo que significaba ser abandonada entre biberones y peluches y decidí escapar. Ser siempre yo quien se fuera. Mi pacto con el destino.

Entonces siempre tenía frío. Esa sería la señal para salir corriendo. Escapar del frío como quien escapa del hombre que te pide que guardes los secretos. Escapar del frío y de la sangre manchando mis piernas. Todos los recuerdos sepultados en la nieve. Odio la nieve y no saber en qué momento tendré que salir corriendo.

Ahora pensaba que me quedaría contigo, que ya no hacía falta escapar, que habías conseguido acabar con una maldición que ni siquiera sabías que existía. Pero me dejaste pasar frío. Tiritó mi cuerpo. Tiritó mi alma. Quizás esto sea lo peor.

Leía La reina de las nieves de Andersen debajo de las mantas, intentando ser invisible, que se olvidaran de mí por un momento, que me dejaran atravesar aquellas páginas y ser amiga de Gerda. Qué valiente era Gerda… Cuando la Reina de las Nieves congela el corazón de su amigo Kay y él se vuelve cruel y agresivo, ella sigue queriéndolo y decide ir a rescatarlo a pesar de la nieve, a pesar del frío, a pesar de que Kay ha sido besado por la Reina y por lo tanto ya no se acuerda de ella. Gerda recorre el mundo luchando contra todos para rescatar a Kay. La Reina solo lo liberará si es capaz de escribir Eternidad con trocitos de hielo. 

Gerda atravesando el mundo, luchando contra brujas, bandoleros, animales salvajes. Luchando contra el frío. Gerda encontrando a Kay. Kay olvidando a Gerda. Las lágrimas de Gerda descongelando a Kay, a punto de morir. Eternidad. Volver a casa. Huir del frío. Salvados los dos, por fin. Solo en los cuentos de hadas.

¿Por qué me dejaste pasar tanto frío?