lunes, 14 de junio de 2021

EL ECLIPSE TUVO MIEDO DE MÍ

 

Siempre he odiado los eclipses que desgarraban el tejido de mi realidad, que borraban tus pasos de pájaro en el borde de mi alma. Otros tenían miedo de oscuridad medieval, de cuevas ancestrales, de estrellas que se apagaban en cielos indescifrables. Solo yo odiaba los eclipses porque el miedo nunca fue una opción. Escupí a la cara de todos los demonios fingiendo ser sombra y ser olvido. Fingí saber todas las respuestas cuando ni siquiera había preguntas. Fingí ser valiente cuando solo era la pájara que escapaba de lazos y jaulas y te miraba sorprendida sin saber qué nombre darte.

Otros tenían miedo o fe. Solo yo odiaba los eclipses porque te llevaban lejos y dejaban a cambio restos de tu carne quemada que olfateaba cada noche transformada en quimera. Como si encontrar tu rastro fuera suficiente para traerte de vuelta, como si rescatar los jirones quemados de tu piel fuera lo que pedían los dioses a cambio de mi libertad.

Hubiera luchado contra todos los eclipses para recuperarte en el no tiempo de un sueño que se olvida como se olvidan los calles de las ciudades que nunca visitamos.

Y un día ardí y soñé que ardías y el eclipse tuvo miedo de mí.

Porque fuimos el volcán que petrifica las memorias, que espera dormido con la paciencia de los dinosaurios extinguidos, que explota en fuego líquido, belleza recortada en horizontes azules. Fuimos volcán y ganamos.

Ardí como solo arden los malditos que por fin saben que de las cenizas renacen las leyendas.

Como si me tocaras el corazón cada vez que respiras, como si fueras de nuevo el pájaro que acaricia mis alas de pájara fugitiva para volar más alto, más lejos, más fuego, como si fueras el único nido donde puedo descansar.