Querido
M.
Los
resortes de la memoria son extraños. Recuerdo tu pelo, tus gafas,
tus dedos manchados de tinta, la mirada siempre atenta, casi siempre
sorprendido por cualquier cosa que te explicara, tu letra en mis
apuntes de clase, el miedo que me daba verte serio cuando te
necesitaba, la primera vez que te vi realmente enfadado, injustamente
enfadado. Me sigue pareciendo una injusticia mil años después. Era
jueves por la tarde y llevabas una bufanda azul. Recuerdo tus
macarrones con tomate, el café con leche y galletas para pasarme la
noche despierta, estudiando, escuchando tus canciones, imaginando los
viajes que nunca haríamos.
Siempre
recuerdo tu voz, sobre todo. El eco de las palabras flotando a mi
alrededor, formando la red que todavía me salva cada vez que el
abismo me reclama. La vida ha sido revolución desde entonces, desde
siempre, desde el momento en que entendimos que para siempre era
mucho tiempo, que pasara lo que pasara jamás dejaríamos de ser
revolución y lucha. Todas nuestras batallas, también las que
perdimos, vuelven a veces en formas extrañas como los mecanismos que
activan los recuerdos. Tus botas marrones, tu maleta llena de apuntes
y de libros, el collar de la suerte para los exámenes que me sigue
haciendo falta de vez en cuando. Sigo recordando tu cumpleaños cada
vez que llega el invierno.
A
veces éramos torpes, un desastre, para qué negarlo. Me
desconcertaba como pasabas del entusiasmo a la exigencia, sin darme
tiempo a respirar. Como de repente todo era serio y un poco absurdo.
Casi nunca entendía el misterio de tus silencios. El vértigo
desordenado de tu ausencia incomprensible. Atravesarlo todo, romperlo
todo, enloquecerlo todo, gritarlo todo. Lo rompimos todo. Esta
historia en prosa estaría llena de borracheras adolescentes, de
debates de madrugada, de huidas en dirección a ningún sitio, de
canciones con estribillos que me recordaban que había estado
pensando en ti sin darme cuenta. Esta historia en prosa no tendría
ningún sentido.
Querido
M. Nuestro caos fue un oasis en el centro de una vida extraña donde
todo debía tener una explicación. Fue maravilloso que fueras
inexplicable, que el objetivo fuera vivir, que el objetivo fuera
maldecir el tiempo y su peso inaguantable, que quemáramos todos los
puentes en la huida, que no tuvieramos ningún refugio al que
regresar.
Fue
extraordinario que hicieras nido en todos los árboles de mis sueños.
Que fueras mi brújula cuando la única alternativa era perderse. Que
fueras el tesoro en el centro de mi mapa. Revolución hasta el final. Siempre lo supimos. Nunca conformarnos. Querido M.
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