martes, 4 de diciembre de 2018

LA MAGDALENA DE LOS MIÉRCOLES


No me gustaban los miércoles hasta que se convirtió en el día de las magdalenas clandestinas. Yo las llamaba magdalenas clandestinas porque me gustaba poner adjetivos a las cosas que te pertenecían. Los rotuladores, los abrazos, las libretas, el jersey de colores que siempre fue mi favorito…Tú las llamabas simplemente magdalenas.

Cada miércoles me buscabas en clase y me dabas una magdalena perfecta. Las comprabas en la panadería de la esquina de tu casa. Muchos años después volví a pasar por delante de aquella panadería sin atreverme a entrar y comprar magdalenas. Nunca Proust y su búsqueda del tiempo perdido tuvo tanto sentido.

Que me dieras de comer me parecía tan maravilloso que durante por lo menos una hora era incapaz de entender nada que me dijera el profesor que tenía delante. Me daban igual los ríos, las montañas, los sujetos y los predicados y, especialmente, las malditas ecuaciones. Aquella magdalena que me dabas cada miércoles, aunque tuvieras que desviarte y llegar tarde a tu propia clase, representaba el lejano momento en que salimos de las cuevas donde pintábamos bisontes e inventábamos cosas importantes como el fuego, la tortilla de patatas o los abrazos de tornillo. Representaba cada vez que decidiste cuidar de mi como si no te pareciera suficiente el bocadillo del almuerzo. Cada vez que supimos que sobreviviríamos a pesar de todo.Necesitaba aquella magdalena para reconciliarme con los miércoles, con las ausencias, con las malditas ecuaciones y, a veces, con el mundo.

El año en que decidimos que nos queríamos estalló la guerra en el país que supe que amaría siempre. Bagdad resonaba en mi cabeza a miles de kilómetros de distancia. Tenía pesadillas en las que las bombas caían sobre tu casa y yo me despertaba temblando y con frío de otoño temprano. Casi 30 años después Bagdad sigue siendo el recuerdo de la guerra que intentamos detener gritando en la calle cuando yo todavía no tenía edad para votar y tú me decías que me querías porque creía que era posible parar guerras gritando en las calles.

Bagdad siempre será el miedo a perderte.

Y perder el miedo a las bombas que caerían sobre mi si podia salvarte a ti y a la magdalena de los miércoles. Nuestro pequeño triunfo clandestino. La guerra que acabamos ganando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario