jueves, 11 de abril de 2019

ADRENALINA

Subí triste a aquel avión rumbo El Cairo sin saber que habías venido al aeropuerto, no sé si a despedirme o a pedirme por última vez que me quedara. 

Elegí El Cairo para alejarme porque sentía que tenía que volver a casa, porque quería olvidarme de todo el tiempo en que mi casa habías sido tú. Prenderte fuego, limpiar los escombros, los restos de un naufragio inesperado, plantar un árbol en algún rincón de mi mente, algo que me recordara las raices que me negaba a tener.

Y sin embargo creía que estaba volviendo a casa, a mi habitación con vistas al Nilo, al barrio de ricos donde me pasaba los días alimentándome de zumo de mango y falafel. Las niñas haciendo collares con flores a la orilla del río, los hombres guapos con cruces  coptas tatuadas en las muñecas que me cruzaban de una parte a otra en sus barcas sucias, el señor que me ofrecía té cuando iba a la mezquita a buscar un sitio fresco y tranquilo donde pasar las tardes traduciendo cuentos. 

A mí solo me interesaban las fronteras porque eran los lugares donde sentía que podría llegar a desaparecer del todo. Atravesar el desierto, aprender a bailar medio desnuda en sitios prohibidos, esquivar la muerte como quien esquiva una bala a cámara lenta. 

Era la adrenalina de nuestros primeros años lo que echaba de menos. Te convertiste en una casa tranquila que me miraba con aspecto de suplicarme que no volviera a coger carrerilla. Ordenabas mis cajones y me abrochabas el último botón de la camisa. El que me ahogaba. El que nunca hay que abrochar. 

Habían pasado ocho años desde el día en que te expliqué los motivos por los que yo era tu mejor opción. Quizás decir que sí fue lo más valiente que harías nunca. Y dejar que me fuera lo más cobarde. No hubieras sobrevivido conmigo en El Cairo. Ni en ninguna de las otras ciudades donde aterrizaba en busca de la adrenalina que necesitaba para seguir avanzando. Salía volando como las flores de verano que me ponías en el pelo cuando todavía nos escondíamos para vernos. Salía volando siempre, convencida de que ya no necesitaba que estuvieras abajo esperando. 

Era la adrenalina lo que echaba de menos cuando me fui. Sentarme a tu lado a imaginar aventuras. Todos los "te imaginas..."  Todos los imposibles. Todos los muros que derribé a cabezazos para que al final acabarás así, como el hombre tranquilo que me abrochaba el último botón de la camisa mientras yo te miraba estupefacta sin reconocerte. 

Echar de menos la casa que fuiste. Prenderte fuego las veces que sean necesarias. 


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