lunes, 2 de diciembre de 2019

MILA, ARNAU, ABISMO

Solitud (1905) novela escrita por Caterina Albert. En el capítulo 10 Arnau le declara su amor a Mila y ella, mujer casada y mayor que él, le rechaza aunque también le ama.


Querido Arnau,

te mentí. De nada sirve intentar explicar si fue por miedo, por prudencia o por cobardía. Solo sé que te mentí, que todos mis silencios fueron las mentiras con las que intentaba protegerte y escapar de ti, que cada vez que sonreía y te dejaba hablar te mentía. 

¿Fuiste consciente alguna vez de la oscuridad en la que vivía? ¿Sabías el efecto que causaban tus palabras en mí y jugaste con ello?  Guardo el recuerdo de todas las veces que me pedíste que huyeramos. Mi muralla siempre fue la risa. Reía cada vez que me explicabas todos los sueños que querías vivir lejos de la ermita. Cada vez que intentabas rescatarme de todos los dolores que ni siquiera eras capaz de intuir. A veces me mirabas en silencio y temía que pudieras llegar a leer todos los secretos que intentaba ocultarte. Reía siempre para disimular todas las tristezas de mi vida sensata. 

Sería fácil llamarme cobarde por no haber sido capaz de dejar a Matias y escapar contigo a cualquier ciudad inventada por tu imaginación infantil. ¿Qué hubiéramos hecho, Arnau? ¿En qué lugar te habrías cansado de mí, de mis años, de mis temores? ¿En qué momento me habrías cambiado por otra con menos historia a sus espaldas?

No me llames cobarde cuando todo lo que hice fue protegerte de una vida a mi lado para que pudieras derribar todas las murallas sin tener que esperarme. Te amé tanto como para hacerte creer que no te quería, para que fueras libre, para que dejaras de regalarme rosas por Sant Ponç, para que dejaras de preocuparte cuando me veías triste al lado de Matías. Siempre sonreía cuando te acercabas. A veces no te creías que estuviera contenta. Te mentí tantas veces cuando todo lo que quería era gritar la verdad y que se hundiera la ermita, Sant Ponç, el pueblo entero, la montaña... 

Que la montaña sepulte toda la tristeza que me deja tu ausencia.

Las rosas de Sant Ponç, tus rosas... He subido al Cimalt buscando el consuelo del abismo y las he dejado allí, muertas. Porque tú eras mi abismo, Arnau. Siempre lo fuiste. Nunca dejarás de serlo. Por un momento creí que podría luchar contra todo, romper las normas, cogerte de la mano y salir corriendo hasta que se nos salieran por la boca todos los pasados absurdos que nos niegan los futuros. 

Te confieso que cuando volvía a casa, feliz, con el corazón caliente después de estar contigo, estaba segura de que podríamos escapar juntos, escupir a la cara de todos los que hablaban de nosotros, romperlo todo, por fin. ¿En qué momento te miré y me pareció que no serías capaz? Tu juventud se disfrazaba de toda la insensatez que yo necesiba más que respirar. Te vi dudar y entonces dudé.

Ojalá pudieras entender el poder asesino de una duda en mi alma cansada. Era fácil hablar, cogerme de la mano, inventar planes locos, compartir sueños. Lo difícil siempre fue no hacer caso de la sombra de la duda. ¿Serías capaz de poner en práctica todo lo que me proponías? Te vi dudar cuando ni siquiera tú eras consciente de tus dudas. Creías que siempre estarías a mi lado. Lo creías de verdad. Tú también me mentiste. No te diré que estamos en paz porque viviré siempre en guerra con la tristeza de no tenerte cerca.

Te querré siempre, libertad, montaña, flor, refugio, sueño, alegría, vida. Te querré siempre, Arnau, desde el fondo de todos los abismos, desde el deseo eterno de besarte, desde la necesidad enloquecida de salvarte de una vida junto a mí. 

Mi soledad fue el sacrificio que ofrecí a los dioses para que tú fueras feliz, lejos de aquí, aventurero inquieto en busca de rosas para regalarme. Maldito Sant Ponç y malditas sus rosas. Me quedaré peleando con los dioses que protegen estas montañas hasta que yo misma me convierta en montaña. Siempre, Arnau, siempre. Siempre contigo aunque ya nunca esté. 

Mila.



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