Entré a la librería de Camilla buscando una edición bonita y antigua de Alicia en el País de
las Maravillas para mi colección. El verano inglés en Eastbourne era frío,
los amaneceres rojos. Quizás sea la librería más caótica donde he entrado nunca. Tienen un loro, Archie, que recibe visitas los martes y los viernes y canta canciones a la clientela. En el fondo sabía que no compraría ningún libro porque nunca compro nada en las ciudades donde me he sentido triste. Pero una librería siempre es un refugio. Y yo necesitaba un refugio.
Eastbourne. East Sussex. England. |
Lewis Carroll pasó sus vacaciones de
verano en Eastbourne durante 19 años, entre 1877 y 1896. Se alojaba
en el número 7 de Lushigton Road que actualmente es una clínica
dental cerca de la estación del tren y de la librería de Camilla
donde buscaba el libro que sabía que nunca me compraría. Una tarde
me senté en las escaleras de la casa de Carroll intentando deshacer
los nudos de mi garganta antes de bajar a la playa. Volvía de
visitar Rye, el pueblo de las sirenas y los gigantes. Seguramente
tenía ganas de irme a cualquier otro sitio donde las casas de mis
escritores favoritos no se hubieran convertido en clínicas dentales,
donde la playa fuera un lugar bonito y los atardeceres tuvieran
sentido.
Se me acercó una señora mayor. Me dijo que se llamaba
Silvia, que vivía en el número 13 desde 1947 y que me recordaba de
otros veranos. Quise explicarle que era la primera vez que visitaba
Eastbourne pero solo sonreí recordando otro libro de Lewis Carroll,
Silvia y Bruno. Cerré
los ojos deseando que aquella fuera la Silvia del cuento, que fuera
la niña-hada que conseguía que lo absurdo tuviera un sentido.
Compartí
recuerdos inventados con la señora Silvia, me preguntó por la vida
en Londres y le hablé de ti hasta que se me acabaron los recuerdos
inventados, como que éramos felices y que planeábamos volver
pronto. Cosas así. Me escuchaba hablar de ti con los ojos llenos de luz, como si
fuera un ángel anciano y extraño que necesitara conocer tu historia
para cambiar el final. Me explicó que habían cerrado la heladería
favorita de su marido y le dije que la recordaba y que mi
sabor favorito siempre fue el de vainilla. Los recuerdos inventados siempre tienen gusto de helado de vainilla.
Eastbourne. East Sussex. England. |
El sabor de la vainilla llevó a la señora Silvia a una tarde de agosto. Ninguno de los dos habíamos nacido todavía pero ella recordaba en su laberinto de ensoñaciones que nos había preparado una cesta con sandwiches de queso y mermelada de arándanos porque sabía que eran mis favoritos y tú te habías quedado con hambre porque siempre te quedabas con hambre y yo siempre llevaba galletas en el bolso para darte por si acaso.
Me preguntó si todavía guardaba la cesta y le dije que sí, que por supuesto, que volveríamos los dos, otro día, y la invitaríamos a helado de vainilla y que le devolvería la cesta y le explicaríamos historias de Londres.
Que volveríamos otro día y todavía sería verano y que a lo mejor entonces yo era feliz porque me acompañabas y compraba un libro de Alicia en el País de las Maravillas para que no se me olvidara nunca.
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