Jamás pensé que tendría que dejarme ganar para salvarte. Pactar con el enemigo y mentirte.
No recuerdo cómo iba vestida el día
que te dije adiós. Es extraño porque siempre lo recuerdo todo. El
desván de mi memoria es un temblor de recuerdos desordenados. Me
asaltan en las esquinas imprudentes donde te espero, me sacuden, me
golpean.
Sin embargo, no recuerdo cómo iba
vestida el día que te dije adiós. Recuerdo otros vestidos que
guardo en un cajón con bolsitas de lavanda. El vestido de algún día
feliz que quizás no vuelva a ponerme para que no se mezclen los
recuerdos. Quizás solo recuerde cómo iba vestida los días en que
fuimos felices y por eso he olvidado qué ropa llevaba el día que te dije adiós.
Como si así se pudiera borrar, volver al momento exacto en que me
desperté y me vestí y elegí ropa de día triste de la que no se
recuerda si no es que estás al otro lado del espejo.
¿Podemos volver al otro lado del
espejo? Vestirnos de fiesta, salir corriendo, reírnos de todo.
¿Podemos dejar de romper espejos?
Recuerdo tus ojos, tus manos frías.
Siempre. Cada día. Recuerdo completar mi sacrificio a los dioses en
medio de la tormenta.
Recuerdo jurar que acabaría con ellos si no
cumplían su parte del pacto y te mantenían a salvo. Que acabaría
con todos ellos, que les arrancaría la piel, que su sangre llenaría
todos los mares y todos los ríos.
Que no habría paz para aquellos que me
obligaban a decirte adiós.
Que me obligaban a mentirte.
Jamás pensé que olvidaría la ropa
que llevaba puesta aquel día.
Jamás pensé que tendría que dejarme
ganar para salvarte.
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