viernes, 4 de enero de 2019

ENERO, TIEMPO Y ESPACIO

Reencontrarte en nuestros primeros eneros era, a veces, asumir la crueldad incomprensible con la que me esquivabas. Yo llegaba siempre cargada de propuestas insensatas que escuchabas con media sonrisa prudente. Lo imposible no tenía lugar en mi cabeza, en mis planes y deseos. Tardé bastante en entender las batallas que perdías mientras me escuchabas. 

Enero siempre fue tuyo. Tu cumpleaños, mi primer gintonic (y el segundo y el tercero...) y la brújula que te regalé porque sabía que algún día te perderías. O me perdería yo. 

Te gustaba contarme historias y pronto me di cuenta de que era la manera en que intentabas explicarme cómo te sentías. Siempre fuiste una espiral. Girando alrededor de un centro del que te ibas alejando. No importaba las veces que te pidiera que fueras en linea recta, que no entendía nada de lo que me querías decir. Tus discursos eran peonzas enloquecidas que me obligaban a interpretar tus temores y prudencias. 

Mi misión era esquivar enero y recuperar la sencillez de encontrarnos sin planes, sin propósitos, sin saber qué pasaría. Siempre se me dio bien improvisar, siempre odié el drama y las palabras a medio decir. Enero era tuyo y yo siempre tenía frío y tenía que trabajar el doble para sentir que estaba a la altura de todos tus inviernos, para que dejaras de exigirme el doble que a todos los demás, para dejar de sentir que nunca lo conseguiría. Tardamos tanto en explicarnos todo...

Te insistía en no dejar las palabras a medias, deshilachadas en su dolor de palabras inútiles. Sujeto y predicado. Si conseguía desconcertarte, si conseguía tus carcajadas, sabía que volverías a sentarte a mi lado.

Recuerdo que me explicaste la historia del dios Jano el día que te regalé tu brújula de cumpleaños y me bebí mi primer gintonic (y el segundo y el tercero...) Me decías que era el guardian de las puertas, el dios del enero, capaz de ver el pasado y el futuro y por lo tanto de tomar las mejores decisiones, que había nacido del caos y que tenía dos caras como resto de lo que había sido el desorden primitivo. Pasaste mucho rato hablando sobre dioses latinos y yo solo quería besarte y enviar a la mierda los sujetos, los predicados, los verbos irregulares, las caras de Jano y los polinomios.

Quizás yo había bebido demasiado para entender lo que me querías decir. Mi brújula era el espacio, la distancia, el norte. Y tú me hablabas de tiempo. Siempre hablabas demasiado, en realidad.

Y al final siempre ha sido así, tiempo y espacio.





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