martes, 14 de mayo de 2019

CITA CON AGATHA CHRISTIE


A veces la vida en El Cairo me asfixiaba. Era el Egipto de antes de la Revolución, cuando todavía me podía escapar al desierto y acariciar antiguos iconos dorados en monasterios lejanos. Pero de vez en cuando necesitaba escapar del polvo de la ciudad, del ruido y el desorden que compensaban mi propio desconcierto. A veces necesitaba ponerme un vestido bonito, perder un paraguas, oler la hierba recién llovida, buscar el primer avión que me llevara a Inglaterra. Mi compañera de piso siempre me hacía la misma broma. ¿Ya te vas a tomar el té con la reina? Y yo siempre contestaba lo mismo. Con la reina Victoria. Y prometía que me guardaría mi habitación con vistas al Nilo hasta que decidiera volver.

Los vuelos a Manchester me permitían cumplir mi palabra. Pedía un te para llevar y me sentaba lo más cerca que podía de la estatua de la Reina Victoria. Lo más cerca que podía teniendo en cuenta que a sus pies duermen todos los borrachos de la ciudad. Nunca me quedaba demasiado tiempo en Manchester. Lo justo para visitar la biblioteca de John Rylands, tomar el te en la Richmond Tea Room y, si tenía sitio donde dormir, buscar un bar donde escuchar en directo algún grupo que quisiera parecerse a The Smiths.

Pero lo mejor de Manchester siempre fue el tren que me llevaba a York. Poco más de una hora de viaje, dos si decidía ir directamente desde el aeropuerto, para llegar a mi escondite favorito. Justo en el centro de la isla. A la misma distancia de Londres que de Edimburgo. El sitio perfecto para alguien que quería estar siempre en cualquier otro sitio. A la misma distancia de casi cualquier sitio. Siempre buscando el centro.

York eran los paseos por la murallas buscando ecos de fantasmas medievales, pasar el rato en el jardín-cementerio de mi iglesia favorita, escondida en un rincón inesperado, sentarse en la hierba que crece en la parte de detrás de la catedral, pasar por delante de Betty’s sabiendo que las mejores meriendas están en otro sitio, más pequeño, menos famoso, más mío. Jugar a ser vikingos, conquistar la ciudad, subir a la torre más alta, comer tailandés en los Shambles, recorrer todas las calles descifrando secretos y hechizos, inventarse historias de duendes perdidos, maldecir los horarios ingleses, las cenas a las 7 de la tarde, el frío del atardecer. Acostumbrada a las largas noches egipcias paseando por la orilla de Nilo a veces resultaba un poco difícil calcular las horas de las meriendas y que no se cruzasen con las horas de los vinos.

Recuerdo a Johnny que me alquiló una habitación en su casa. Una habitación tranquila y bonita en el ático. Olía a madera y por las mañanas entraba el sol inglés, tímido y escaso. El comedor de aquella casa siempre era una sorpresa de gente diferente, ahora coreanos, luego escoceses, más tarde italianos… Nunca fui su invitada más sociable. A menudo desaparecía los fines de semana. Pero guárdame la habitación, Johnny, que el domingo vuelvo, le decía siempre pensando que cualquier día llegaría de explorar el territorio y me encontraría algún francés durmiendo en mi cama. Y Johnny se reía y me guardaba la habitación. Johnny, no me esperes a cenar que llegaré un poco más tarde. Porque a veces necesitaba quedarme un rato más en mi ciudad vikinga, no volver todavía a casa,  aunque todo estuviera cerrado y solo pudiera refugiarme del frío verano inglés en algún pub de gente bebiendo cerveza. Al final Johnny entendía que no me pasaba nada, que solo necesitaba estar un rato sola, que estaba todo el día rodeada de gente en la universidad, que le agradecía todos sus intentos por asegurarse de tenerme siempre ocupada pero que de vez en cuando necesitaba estar sola o por lo menos estar sin él. Chica egipcia, Cleopatra… me llamaba, tienes demasiado desierto en la cabeza.

No siempre que llegaba a York encontraba alojamiento en casa de Johnny. Ni en ningún otro sitio. A no ser que quisiera dormir en su sofá. Mi ciudad favorita de Inglaterra no trata bien a los que improvisamos. Por eso algunas veces buscaba donde dormir en Leeds, a veinte minutos en tren de York. No tan bonita, no tan vikinga pero más grande y por lo tanto con más hoteles.

Tanto Leeds como York me permitían explorar los alrededores con cierta facilidad. Llevaba el caos de Egipto escondido siempre en algún lugar de la mente. A veces me desbordaba, me superaba, me olvidaba que estaba a salvo a las puertas de la catedral más bonita de Gran Bretaña. Mi estrategia para calmarme era calcular distancias en trenes. Mis distancias siempre eran temporales, nunca kilométricas. Porque mi cabeza está llena de desierto, de ciudades vikingas y de tiempo. Sobre todo el tiempo que me obsesionaba.

De York a Leeds, veinte minutos.
De York a Harrogate, media hora.
De York a Knaresboroug, veinte minutos
De York a Edimburgo, dos horas y media.
De York a Liverpool, dos horas.
De York a Hebden Bridge, una hora y veinte minutos.

Lo repetía hasta que conseguía volver a respirar con tranquilidad. A veces los tiempos era mayores, hacia el este, hacia el sur... Calculaba las distancias, las idas y las vueltas, los trenes y los autobuses… Siempre preferí los trenes y por eso siempre me quedé con las ganas de visitar Whitby donde era más fácil llegar en autobús. Eran los tiempos en que calculaba las distancias en un mapa de papel que a penas era capaz de entender. Mi estrategia para sacar el ruido de mi cabeza. Los mapas. Hoy en día consulto la aplicación de la National Rail y su Planner. Todas las distancias, todos los horarios, todos los precios, todas las vías desde donde salen todos los trenes. Mucho más práctico. Pero lo práctico nunca consiguió ordenar el caos en mi mente.

Chica egipcia, Cleopatra… ¿hoy también llegas tarde a casa?

Intentar explicarle a Jonnhy que quería visitar sitios que casi nadie visita. Como por ejemplo Harrogate porque era el pueblo donde encontraron a Agatha Christie aquella vez que estuvo desaparecida durante diez días. Nadie supo nunca lo que pasó durante aquella desaparición. Ella nunca lo explicó. Los whovians lo saben gracias al episodio de El Unicornio y la Avispa, por supuesto.

No me esperes a cenar, Johnny, tengo una cita con Agatha Christie.




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