Algún día dejarás de ser laberinto,
el desconcierto que altera todas las certezas, el vértigo
escondido en las esquinas, todas las verdades a medio decir, el
tiempo brillando en el espejo que debí romper antes de que fueras el
reflejo exacto de todo mi desorden.
Negaré entonces haber reconocido las
advertencias, los gritos silenciosos de los demonios muertos
susurrándome al oído que te dejara caer, como se dejan caer los
futuros imposibles, increados, inconclusos, infinitos. Futuro
imperfecto todavía no explicado, todavía no roto. Escapar en
dirección contraria a todos tus eclipses.
Algún día dejarás de ser el
laberinto frío donde acaban los caminos que recorro mientras
duermes, el desierto lunar o el espacio vacío en medio de un cuerpo
que huye en dirección contraria a tus horizontes. Nos
olvidaremos de todas las batallas, de los espejismos fugaces
como planetas desorbitados. Llegarán de golpe todas tus primaveras,
como un incendio de ruegos olvidados, llegará el otoño y acabará
esta guerra de tormenta repentina, de escalofrío, de rabia
inconfesable. Como si la vida fuera algo más que un corazón a medio
hacer o un pan pequeño que no sabes si acabará de cocerse alguna
vez. La ley no escrita, no viva, no siempre, las palabras que brotan
para dictar sentencias, para recordarnos las realidades que
asesinarán cualquier metáfora.
Tú, el laberinto. La explicación que nunca te daré.
Tú, el laberinto. La explicación que nunca te daré.
El amor escondido en el refugio del
monstruo al que nunca podremos acercarnos. Muerto de hambre. Muerto
de frío. Muerto de silencios.
A veces perder la guerra consiste en
dejar morir la metáfora, la indecencia, la utopía cansada de
guardar en un cajón todos los laberintos que nunca podré
explicarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario