Nostalgia es saber que en Beirut hace
sol, que llueve en Londres, que hoy a las dos de la mañana alguien
abrirá una ventana en El Cairo y mirará el Nilo mientras bebé
karkadé. Odio el karkadé.
Podría volver a cualquier sitio y encontrar todas las pistas que
dejé por si algún día era necesario perderse. Nostalgia
es saber que en Verona está nublado y hace calor y se derriten los
helados y hay una cola de gente estúpida esperando para visitar a la
casa de Julieta y hacerse fotos debajo de su balcón y ensuciar las
paredes con promesas de amor mediocre. Odio eterno a los amores mediocres. Que en Beirut hace sol. Que en
Londres llueve.
Que la nostalgia es la trampa que se
esconde detrás de todos los paisajes que es necesario reinventar. Que la
espiral del recuerdo nos escupe a la cara para que huyamos en
dirección contraria. Volver a todos los sitios donde estuve, volver
con la cara lavada, los armarios vacíos, como si fuera la primera
vez, la sorpresa a cada paso, las puertas abiertas a sitios
desconocidos. Revisar la lista
de cosas que prometí que nunca haría e ir tachándolas
con furia, hacer que sangren los pliegues del tiempo, devolver
a la vida todos los monstruos que se escondían en los márgenes de
lo imposible y dedicarles una reverencia antes de saltar al vacío.
Todo lo que prometí no hacer nunca. La paradoja que apagará todas
las estrellas, un punto fijo en la frontera del destino. Quemar la
lista de las cosas imposibles.
Hay ciudades que odio. Odio El Cairo y
las ventanas abiertas a las dos de la mañana. Odio aquella ciudad
marroquí donde he vuelto mil veces y donde he jurado no volver otras
mil. Odio París porque no he conseguido crear recuerdos nuevos en
ninguna de sus esquinas. Las esquinas son importantes. Como lo son
los dinteles de las puertas, los espacios intermedios, ni entrar ni
salir, quedarse en la frontera, en el punto exacto donde desaparecen
los duendes en los cuentos de hadas.
Habrá que inventar una palabra para
definir lo contrario de nostalgia, para explicar lo que significa
subir a un tren que no sé adónde va, que recuerda a un pasado lleno
de futuros. Volver a bautizar las ciudades que odio. Inventar
nombres. Nombrar un mundo nuevo.
Aunque en Beirut haga sol. Aunque
llueva en Londres.
Aunque viva siempre en las fronteras de lo que nadie entiende.
Aunque viva siempre en las fronteras de lo que nadie entiende.
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