domingo, 24 de febrero de 2019

CUANDO QUISE LLEVARTE A BAGDAD


En aquellos años de comunicación analógica te escribía notas en trozos de papel y te los pasaba en clase cuando creía que no nos veía nadie. Aunque era mucho más arriesgado, también te las hacía llegar cuando no estabas conmigo en clase. Abría la puerta de donde estuvieras, te la dejaba en la mesa y salía corriendo para perplejidad de todo el mundo y para susto tuyo. A veces las leías delante de mí, como medio escondido, ignorándome. Abrías mucho los ojos como si no te pudieras creer las cosas que te escribía. Lo que quería hacer contigo. La poesía y la prosa. Porque era verdad que no te lo podías creer. Jugaba a no tener nada que perder, a ponerte al límite, a subir de nivel.

Un día te dije que te quería llevar a Bagdad. Pasaba las horas sumergida entre las páginas de atlas anticuados, repasando continentes, ríos, ciudades, borrando fronteras, imaginando todos los sitios donde quería ir. Cuando te dije que quería llevarte a Bagdad fue tan inesperado que no tuviste más remedio que investigar mis motivos. Te llevé a nuestro rincón secreto y te hablé de Al-Mansur, el califa victorioso que construyó la ciudad de Bagdad en el siglo VIII y la llamo la Ciudad de la Paz. Una ciudad circular, redonda, perfecta, la antigua Babilonia, entre el Tigris y el Eufrates donde según la Biblia se encontraba el Paraíso de Adán y Eva. Te hablé de las cuatro puertas de las murallas, de la Casa de la Sabiduría, te hablé de Harun Ar-Rashid y te expliqué cuentos de Las mil y una noches mientras te dejabas quitar la camiseta y me decías que sí a todo de puro desconcierto.

Durante la primera guerra del Golfo, me pediste que cambiara el mundo y que siempre revolución. Organicé todas las huelgas del instituto contra la guerra, salimos a gritar a la calle, me juntaba con universitarios y saliamos a pegar carteles y colgar pancartas, organizábamos conferencias sobre Oriente Medio, escribía tu nombre en árabe y soñaba con un mundo en paz que construia para que te sintieras orgulloso. Para tener algun lugar entre el Tigris y el Eufrates donde llevarte. Porque lo fácil nunca fue una opción.

De todas las cosas que te escribía en mis notas lo que realmente te hizo bajar la guardia fue que quisiera llevarte a Bagdad como quien te invita a merendar a la cafetería de la esquina. Porque te gustaban mis mundos paralelos, mis planes absurdos y perfectamente tramados, con todos los detalles que sin duda nos conducirían al éxito. Te dejabas convencer porque te llevaba a sitios imposibles sin salir de casa. Me explicabas que releías mis papelitos locos cuando estabas triste o cansado, que me imaginabas estudiando física y te morías de la risa. Porque yo tenía un método absurdo e infalible para estudiar física que hubiera horrorizado al profesor pero que a ti te parecía escandalosamente divertido y apropiado para mi mente dispersa. Que me imaginabas salvando al mundo de todos los males mientras guardabas mis papelitos en una caja de cartón especial. Que no acertabas nunca a ponerte la camiseta a la primera cuando me decías que tenía que volver a clase.

Te dije que te quería llevar a Bagdad porque era el sitio más extraño y más bonito que imaginaba mi mente de exploradora sin mapas. Porque necesitabas algo que te hiciera despertar de tu rutina y no lo sabías. Y se te olvidaron todos los miedos y me dijiste que sí a todo desde entonces.

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