Me
gustaba cuidar de ti. Convencerte de que el día no había sido tan
malo y que te lo creyeras. Te dejabas cuidar. Te sorprendía que
siempre supiera qué decirte, cómo acercarme, cómo mirarte.
Dedicaba más horas a estudiarte a ti que a estudiar matemáticas.
Para saber qué decirte, para acertar siempre. Para que quisieras
venir conmigo aunque no supiéramos adonde. ¿Importaba acaso?
Cuando
empecé a ir a la universidad hacíamos repaso de todas las ideas
geniales (para mí) y terroríficas (para ti) que había tenido aquel
primer año de instituto que compartimos. Todo lo que me inventaba
para conseguir que te metieras en rincones que solo conocía yo. Mi
larga lista de planes infalibles y aquel don que me dio la vida de
parecer la niña perfecta que nunca se metía en lios y de la que nadie
nunca sospechaba nada. Era parte del plan. Me pasaba el día a punto
de estallar pero si alguien se hubiera dado cuenta, mis planes de
escaparme contigo hubieran fracasado. Un día, comiendo en el bar de
la facultad de filología, te pregunté cuál era la ocurrencia más
grande que se te había pasado por la cabeza para saltarnos las
clases y pasar el día fuera. Siempre te reías y nunca confesaste.
-¿Tan
loco era tu plan?- Te pregunté muerta de curiosidad. Siempre quise
saber todo lo que hubieras hecho si te hubieras creído que podías.
-No
tanto como evacuar un instituto.
Ser
adolescente en los 90 quería decir que muchos días nos
despertábamos con noticias de atentados de ETA. Algunas veces
alguien llamaba al instituto para avisar de que había una bomba.
Solía pasar en época de exámenes y llegó un momento en que se
convirtió en rutina. Aun así, cuando alguien llamaba para advertir
de que había una bomba, el protocolo era evacuar el instituto.
Así
que mientras yo estaba en clase apuntando los ríos de Europa con mi
letra bonita y redonda
uno de mis cómplices hizo la llamada. Una
bomba en el instituto. Un compañero salió de clase muy contento
porque no había hecho los deberes. Otro le decía que era mucho peor
explotar por los aires que suspender geografía. Yo sonreía mientras
me salía de la fila disimuladamente para ir a buscarte. Mi mejor
amiga, la que siempre lloraba cuando nos escapábamos, abría los
ojos como platos porque acababa de entender que lo de fingir que
había una bomba en el instituto era cosa mía. Nuestra
primera evacuación juntos por aviso de bomba había sido en Madrid
visitando un museo. Juro que no tuve nada que ver. Fue una de las
pocas veces en que espontáneamente incumpliste las normas y los
protocolos. Pensabas
que ibamos a morir y que no teníamos nada que perder. Creo
que tenías un poco de razón, de alguna manera extrañamente
poética.
Evacuar
el instituto fue fácil. Lo complicado fue convencerte de que había
preparado un día de excursión especial para ti y que las cuatro
horas de clase que teníamos por delante eran un pequeño obstáculo.
Había trabajado mucho para que tuvieras un día bonito. Lo
tenía todo bien apuntado, con mi letra bonita y redonda, la de
apuntar los ríos de Europa, la de dejarte notas para que las
descubrieras al llegar a casa, la de aprobar todos los exámenes
menos el de matemáticas porque era la niña perfecta que nunca se
metía en líos.
Me
gustaba cuidar de ti. Prepararte días bonitos. Escaparnos. Imaginar
tus planes insensatos. Los que nunca te atreviste a confesarme.
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