jueves, 7 de febrero de 2019

CÓMO ESCAPAR DEL INSTITUTO


Me gustaba cuidar de ti. Convencerte de que el día no había sido tan malo y que te lo creyeras. Te dejabas cuidar. Te sorprendía que siempre supiera qué decirte, cómo acercarme, cómo mirarte. Dedicaba más horas a estudiarte a ti que a estudiar matemáticas. Para saber qué decirte, para acertar siempre. Para que quisieras venir conmigo aunque no supiéramos adonde. ¿Importaba acaso?

Cuando empecé a ir a la universidad hacíamos repaso de todas las ideas geniales (para mí) y terroríficas (para ti) que había tenido aquel primer año de instituto que compartimos. Todo lo que me inventaba para conseguir que te metieras en rincones que solo conocía yo. Mi larga lista de planes infalibles y aquel don que me dio la vida de parecer la niña perfecta que nunca se metía en lios y de la que nadie nunca sospechaba nada. Era parte del plan. Me pasaba el día a punto de estallar pero si alguien se hubiera dado cuenta, mis planes de escaparme contigo hubieran fracasado. Un día, comiendo en el bar de la facultad de filología, te pregunté cuál era la ocurrencia más grande que se te había pasado por la cabeza para saltarnos las clases y pasar el día fuera. Siempre te reías y nunca confesaste.

-¿Tan loco era tu plan?- Te pregunté muerta de curiosidad. Siempre quise saber todo lo que hubieras hecho si te hubieras creído que podías.
-No tanto como evacuar un instituto.

Ser adolescente en los 90 quería decir que muchos días nos despertábamos con noticias de atentados de ETA. Algunas veces alguien llamaba al instituto para avisar de que había una bomba. Solía pasar en época de exámenes y llegó un momento en que se convirtió en rutina. Aun así, cuando alguien llamaba para advertir de que había una bomba, el protocolo era evacuar el instituto.

Así que mientras yo estaba en clase apuntando los ríos de Europa con mi letra bonita y redonda uno de mis cómplices hizo la llamada. Una bomba en el instituto. Un compañero salió de clase muy contento porque no había hecho los deberes. Otro le decía que era mucho peor explotar por los aires que suspender geografía. Yo sonreía mientras me salía de la fila disimuladamente para ir a buscarte. Mi mejor amiga, la que siempre lloraba cuando nos escapábamos, abría los ojos como platos porque acababa de entender que lo de fingir que había una bomba en el instituto era cosa mía. Nuestra primera evacuación juntos por aviso de bomba había sido en Madrid visitando un museo. Juro que no tuve nada que ver. Fue una de las pocas veces en que espontáneamente incumpliste las normas y los protocolos. Pensabas que ibamos a morir y que no teníamos nada que perder. Creo que tenías un poco de razón, de alguna manera extrañamente poética.

Evacuar el instituto fue fácil. Lo complicado fue convencerte de que había preparado un día de excursión especial para ti y que las cuatro horas de clase que teníamos por delante eran un pequeño obstáculo. Había trabajado mucho para que tuvieras un día bonito. Lo tenía todo bien apuntado, con mi letra bonita y redonda, la de apuntar los ríos de Europa, la de dejarte notas para que las descubrieras al llegar a casa, la de aprobar todos los exámenes menos el de matemáticas porque era la niña perfecta que nunca se metía en líos.

Me gustaba cuidar de ti. Prepararte días bonitos. Escaparnos. Imaginar tus planes insensatos. Los que nunca te atreviste a confesarme.


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