domingo, 17 de febrero de 2019

NO TE ECHO DE MENOS


Hace mucho tiempo que no te echo de menos. Pero cada vez que echo de menos a alguien a quien quiero, recuerdo lo que significó en nuestras vidas que yo me subiera a aquel avión rumbo a cualquier sitio lejos de nosotros.

Tardé quince días de finales de enero en convencerte de que yo era la mejor opción para ti. Un día por cada uno de los años que tenía. Quince días de insistencia, de buscarte a todas horas, de certezas absolutas, de estrategias diseñadas con habilidad de cirujana adolescente. Quince días para descoser todas tus costuras, deshacer todas tus dudas, destruir todos tus miedos, desconcertarte hasta que te olvidarás de quién eras. Dejarte en carne viva. Derribar tus murallas. Lo conseguí.

Quince días para que dijeras que sí. Cinco meses escondiéndonos en las esquinas de lo impredecible. Tres años rompiendo todas las reglas. Cinco años riéndonos de todos.

Cuando yo decidí irme y tú quedarte, agotamos todas las palabras, todos los porqués, todas las razones y argumentos, nos besamos hasta no creernos que yo me iba y que tú no querías venir, nos volvimos a tumbar boca arriba en tu cama deshecha como las primeras veces, cuando me abrías la puerta y me hacías escuchar tu canción favorita y yo te llevaba galletas y mandarinas. Como cuando te quería tanto que me imaginaba que nos quedábamos quietos como reptiles, con la mirada fija en un punto del espacio, del tiempo, de la realidad alternativa en la que vendrías conmigo en cualquier avión que tomase. Que nos latía el corazón lento y se paraba el tiempo, que solo tenía ganas de romperlo todo, de llenarlo todo con la rabia que me cortaba la respiración hasta que me contabas los dedos de las manos para hacerme volver. Siempre el mismo escalofrío en el aterrizaje. Yo quería volar y tú siempre conseguías que volviera.

Hace poco mi mejor amiga, la que se pasó nuestros primeros años de desenfreno tapando nuestras huidas, me contó que viniste a despedirme al aeropuerto el día en que me fui y que no te vi. Reconstruir mi personaje mientras el avión despegaba rumbo al desierto que se convertiría en mi hogar. Redefinir mis nuevas fronteras, respirar lento, detener el corazón, caminar despacio entre la niebla de una nueva realidad que todavía no se había dibujado a mi alrededor. Decidí que nunca más volvería a cometer todas las locuras que me habían llevado hasta aquel momento. Decidí que no te echaría de menos aunque te quisiera siempre.

No te echo de menos pero te recuerdo a través de las personas a quienes echo de menos cuando vuelve de nuevo aquella sensación de velocidad, de vértigo, cuando paro en seco, cuando vuelvo a coger aviones dentro de mi mente para escapar de las garras de una realidad que siempre acaba ganando. Ojalá me acordará de cómo era cuando conseguía derribar todas tus murallas. Te reconozco a veces en mis propias palabras, en otros ojos, en otro siglo, en la sensación lejana de un eco que de nuevo consigue dejarme sin respiración. Te reconozco en la lucha diaria por recuperar el equilibrio. La lucha entre el corazón desatado y la calma que me atrapa como una tela de araña invisible y traicionera.

Nunca te he explicado cómo empezó mi vida en el desierto. Nunca te he explicado todas las fronteras que he cruzado buscando tesoros desde que me fui, todas las veces que he estado a punto de desaparecer por fin, todas las veces que me han apuntado con un arma, todos mis disfraces, todas mis batallas, todas mis coartadas, todas las veces que fui feliz con gente que no eras tú, todas las veces que escapé de la normalidad que pretendían imponerme, de los amores aburridos, del camino seguro.

Y que nunca he querido volver a verte desde que dejaste que me fuera.


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